
La Verdad nos hace Libres
LA ÉTICA Y NUESTROS GOBERNANTES
(*) Esteban Farfán Romero
E-Mail: farfan2007@gmail.com
Celular 77180451
Yacuiba – Gran Chaco – BOLIVIA
Escribo este artículo inspirado en el escándalo que envuelve/compromete al prefecto Mario Cossio y a su hermano Pablo (y su amigo de infancia) en la adjudicación de las obras más grandes que la Prefectura licitó. Todo indica que debajo de la alfombra se ha tejido una maraña de vinculaciones que muestran que la cosa es muy compleja, como muestran algunos medios que han perdido el miedo y publican estas denuncias.
Un día uno de nuestros “brillantes/inteligentes” lideres demagogos que tenemos aquí me dijo; “Esteban, sos muy “religioso” al hablar de la ética cuando, tus aires de universidad no te permiten ver la realidad, tienen que entender que en la política boliviana no hay ética porque no es una religión donde se va a rezar” (textual)
Parece que la canción del gran Carlos Gardel (Cambalache) cae muy bien, porque este siglo si que tiene los valores trastocados, y cada vez peor.
El concepto de ética se asocia con la moral, la bondad y virtud como parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones del hombre. Es el conjunto de normas morales que rigen la conducta humana.
La ética exige de los funcionarios públicos valores como la vocación, la aptitud, la honestidad y ser diligentes. Su función debe ser la de trabajar y servir. Los funcionarios públicos han tenido influencia en la sociedad desde tiempos pretéritos. La obligación de cumplir con las órdenes de los superiores, conduce al planteamiento de cuestiones éticas referentes a los límites y consecuencias de sus actuaciones.
La ética es una parte de la filosofía que trata de la moral y obligaciones de los individuos. Etimológicamente Ética se deriva de la palabra griega ethos que significa ¨morada¨, cimentada en la estructura de la persona. Por lo tanto es la ciencia de los actos humanos encaminados hacia el bien.
La ética es un conocimiento de la conducta propia dirigida a orientar nuestra actividad hacia el bien, evitando destruirnos. Parte de la persona humana, se vale del conocimiento de sus actos y termina por elevarla. La ética es la ciencia de las acciones humanas.
De la espiritualidad de la persona humana derivan sus rasgos característicos: La persona es un ser individual separado de los otros, irrepetible, gracias a su espíritu. La persona es libre y responsable de sus propios actos debido a su inteligencia, mediante la cual es capaz de entender no sólo las cosas sino el fin de éstas, sus actos y el sentido de su propia vida. La persona es intimidad. La espiritualidad del alma humana hace posible esta intimidad, por la que el alma se ve así misma como origen de las funciones personales. Sólo por el alma espiritual el hombre tiene conciencia, ésta consiste en el acto y el hábito del alma por el cual ésta aplica la ciencia y establece el juicio práctico de la sindéresis-haz el bien y evita el mal-resumen de la ley natural.
Distinguimos con la palabra “ética” el comportamiento, la conducta y el actuar de hombre en cuanto hombre. Y con “moral” el aspecto práctico y concreto, las normas establecidas o propuestas por los hombres, o por una sociedad y época histórica determinadas. La ética es, pues, aquella instancia desde la cual juzgamos y valoramos la forma como, de hecho”, se comporta el hombre y, al mismo tiempo, la instancia desde la cual formulamos principios y criterios acerca de cómo debemos comportarnos y hacia dónde debemos dirigir nuestra acción.
Vivimos en una sociedad donde se echan a un lado los valores y la integridad, por ello es indispensable que cada uno de los seres humanos debe saber los valores que ha aprendido a lo largo de su vida, para ponerlo en práctica en un momento determinado.
La posibilidad de normar las conductas profesionales surge cuando las personas con un determinado fin común, deciden establecer un conjunto de pautas de obligada observancia, a objeto de preservar su honorabilidad, honradez y objetividad, entre otros.
El fenómeno moral es una creación exclusiva del hombre. La posibilidad de disertar sobre normas, costumbres y formas de vida que se presentan como obligatorias, son valiosas y orientan la actividad humana.
Está claro que los códigos de Ética Profesionales no pueden suplir la responsabilidad de la decisión personal, pero un código tiene que aspirar a ser verdaderamente regulador, y debe proteger el interés público.
Diferentes disciplinas contribuyen notablemente con la Ética (como ciencia filosófica y práctica), especialmente aquellas que se refieren al hombre como la Psicología, el Psicoanálisis, la Sociología, la Antropología, el Derecho, la Historia y Economía., con lo cual podemos inferir que no hay actividad desplegada o desarrollada por el hombre que no este ligada a la Ética y a lo moral.
No basta tan solo con aprenderlos sino en llevarlos a la obra, para que seamos verdaderos seres humanos, no tan solo para la sociedad sino para nuestros hijos que verán nuestro ejemplo y seguirán nuestros pasos.
Sin embargo, es necesario recordar aquí la vieja polémica acerca de si la política debe o no someterse a patrones éticos o, en otros términos, si la moral es o no aplicable en el ámbito de la actividad política.
Si se cree, como Maquiavelo, que la política es una actividad ajena a la moral, en la que los valores éticos no tienen aplicación y en que lo único importante es el éxito, el debate que nos ocupa carece de sentido. Lo que vale es solamente el poder.
Debemos admitir, aunque nos repugne, que esta lógica tiene bastante vigencia en la realidad. El éxito en política se mide habitualmente por la posesión del poder. Los triunfos en política, por lo menos formalmente y en el corto plazo, consisten en ganar poder.
En una democracia, triunfa el partido que en las elecciones logra una mayoría capaz de asegurar el gobierno y triunfa el político que es llamado a gobernar. Y en un régimen de facto, triunfa el caudillo que en un golpe de Estado usurpa el poder y el dictador que por cualquier medio prolonga su gobierno.
El poder constituye la gran tentación de los políticos. Incitados por esa tentación, muchos de ellos gastan a menudo sus mayores esfuerzos y suelen incurrir en sus peores renuncios para alcanzarlo o conservarlo. Cuando se está lejos del poder, éste aparece como la palanca mágica que abre los caminos a todos los proyectos. Los partidos políticos que están en la oposición, confían que el acceso al gobierno les permitirá realizar los cambios que postulan. Los revolucionarios imaginan que les bastara conquistar el poder para llevar a la práctica todas sus utopías/promesas.
Pero tan pronto se alcanza esa meta se advierte que, aun estando en el gobierno, no se puede hacer todo lo que se quiere. ¿Demagogia? Entonces el poder del gobierno se aprecia escaso y suele comenzar una nueva lucha por acrecentarlo. Los nuevos gobernantes, cuando se sienten entrabados para realizar sus propósitos, se empeñan en utilizar el poder alcanzado –con las múltiples posibilidades que proporciona- para eliminar o reducir los obstáculos que significa la oposición, generalmente con el sano propósito de facilitar el cumplimiento de los objetivos de bien público del gobierno. ¿Coincide con la realidad?
En las democracias, el riesgo de estas tentaciones es generalmente débil, por el freno que imponen las reglas propias del Estado de Derecho, el ejercicio de las libertades de información y de opinión y los mecanismos de fiscalización o control político y jurídico a que está sometida la actuación del gobierno. En la misma medida en que estas libertades y controles son cercenados o suprimidos, crece inevitablemente la tendencia al abuso del poder. La historia de las dictaduras esta plagada de sórdidas maquinaciones, peculados, enriquecimientos sorprendentes y crímenes horrendos. La de los regímenes totalitarios muestra hasta qué punto y de qué maneras el fanatismo ideológico conduce al aplastamiento y destrucción del hombre por el Estado. Es la lógica inevitable de la política del poder, en que el fin justifica los medios y para cuyo éxito Maquiavelo aconseja a su Príncipe “aprender a no ser bueno”. Por eso Lord Acton (1834-1902. John Emerich Edwar Dalberg historiador inglés) afirma que “el poder tiende a corromper y el poder absoluto tiende a corromperse absolutamente”.
El anhelo de poder, junto con la avaricia o inmoderado afán de enriquecimiento fácil, se convierten en los principales factores de la corrupción que tanto amenaza y daña a los Estados y a las sociedades. Para defenderse de esas lacras son necesarios mecanismos políticos, administrativos y jurídicos como la separación de los poderes, base de todo ordenamiento democrático, que Montesquieu propuso precisamente para que “el poder detenga el poder”, los sistemas de publicidad y control de la gestión pública –política y administrativa- y los mecanismos de responsabilidad de los gobernantes y servidores públicos.
Pero por eficaces que sean estos medios, no van al fondo del problema. Los riesgos de corrupción y de abuso del poder público solo podrán erradicarse mediante un cambio cultural sobre la naturaleza y fin de la política. Mientras se crea, como Maquiavelo, que la política es una actividad ajena a la moral, en la que los valores éticos no tienen aplicación y en que lo único importante es el éxito, consistente en ganar, conservar y acrecentar el poder, fin cuyo logro justifica cualquier medio, esos riesgos de corrupción y abuso mantendrán viva su amenaza.
Si, a la inversa admitimos que la política, en cuanto forma de actividad humana, esta regida por la ética, que se ocupa precisamente de los actos humanos en cuanto al bien o al mal que ellos entrañan, tendremos que admitir que el fin de ella no es el poder sino el bien común, con respecto al cual el poder no es más que un medio a su servicio, y que este medio es siempre limitado por la dignidad de la persona humana, cuyos derechos esenciales debe no solo respetar, sino también promover.
Planteadas las cosas en esta perspectiva, cambia el concepto de lo que en política se entiende por verdadero éxito. A la pregunta ¿qué saco con servir al pueblo si pierdo el gobierno? han de oponerse interrogantes como las siguientes: ¿tiene éxito un gobierno que lleva a su pueblo a la desgracia, pero logra mantenerse en el poder, o el político cuya conducción divide a su nación y la sume en el odio y la violencia, si logra conservar el poder? ¿Lo tiene el que mejora las condiciones de vida de su pueblo, aunque pierda el poder, o el que prefiere ceder el paso a un adversario a cambio de salvar la unidad de su nación y lograr la paz social?
Objetivamente, la razón nos dice que un gobierno tiene éxito cuando su política y sus realizaciones satisfacen las aspiraciones más sentidas de su pueblo, le permiten vivir en paz, justicia, libertad y bienestar y significan progreso, independencia y prestigio para su Nación.
Eso es lo importante para el país y no para quien detente el gobierno.
Por lo demás, para hablar de verdadero éxito es necesario apreciar los acontecimientos con sentido histórico, en términos de la vida de la Nación y no de la vida de un hombre. Lo que mirado hoy, con ojos de presente, parece éxito, puede resultar un desastre proyectado en el tiempo.
En su ensayo sobre “El final del Maquiavelismo”, Jacques Maritain (filósofo francés) nos previene contra la ilusión del éxito inmediato. Sostiene el que cuando Maquiavelo afirma que el mal y la injusticia tienen éxito en política, se refiere al éxito inmediato, circunscrito a la duración de la actividad del príncipe o gobernante. Pero Maritain cree que “la dialéctica eterna de los triunfos del mal los condena a no ser duraderos”.
Para hablar de verdadero éxito hay que “tomar en cuenta la dimensión del tiempo, la duración propia de las transformaciones históricas de las naciones y Estados, lo cual excede considerablemente la vida de un hombre”. Y con mucha fe afirma que “la justicia trabaja por medio de su propia causalidad, hacia el bienestar y el éxito en el futuro, tal como una savia sana trabaja hacia el fruto perfecto; mientras que el maquiavelismo trabaja, por su causalidad propia, hacia la ruina y la bancarrota, tal como el veneno en la savia trabaja hacia la enfermedad y la muerte del árbol”.
Pero, como el mismo Maritain enseña, “los principios de la moral no son ni teoremas ni ídolos, sino reglas supremas de una actividad concreta dirigida a una obra que ha de realizarse en circunstancias determinadas y, en definitiva, mediante las reglas de la virtud de la prudencia, nunca trazadas de antemano, que aplican los preceptos éticos a los casos particulares, en el medio ambiente, con una voluntad concretamente recta… La política, en particular, tiende al bien común del cuerpo social; esta es su medida. Ese bien común es un bien principalmente moral y por ello es incompatible con todo medio intrínsecamente malo. Mas, por lo mismo que representa la recta vida común de una multitud de seres débiles y pecadores, exige también que para procurar lograrlo se sepa aplicar el principio del mal menor y tolerar ciertos males cuya prohibición acarrearía males mayores”. Y al respecto agrega: “El temor a mancharnos por penetrar en el contexto de la historia no es virtud, sino una manera de escapar de la virtud”.
“Algunos parecen creer que meter nuestras manos en ese universo real y concreto de las cosas humanas, donde existe y circula el pecado, es en si un pacto con el pecado, como si este se contrajera desde fuera y no desde dentro. Esto no es mas que un purismo farisaico; no es la doctrina de la purificación de los medios”.
De lo dicho se sigue otra conclusión, relativa a la importancia de los derechos humanos en cuanto limite al ejercicio del poder político. Si admitimos que dicho poder no es más que un medio para buscar el bien común y que este es el bien de una comunidad humana, es decir, de una multitud de personas cada una de las cuales constituye en sí mismo un todo que, aunque en ciertos aspectos forma parte de la sociedad política, en lo que respecta a su dignidad espiritual y a su destino último lo trasciende, debemos necesariamente concluir que el poder del Estado, órgano secular de la sociedad política, no es absoluto frente a las personas.
En el largo bregar de la Humanidad hacia formas de vida civilizada, es decir, auténticamente humanas, adecuadas a la dignidad del hombre, ocupa un lugar muy importante la demarcación del limite entre lo que es del Estado y lo que pertenece a las personas. Diversas formulaciones sobre los derechos fundamentales del hombre frente a los gobiernos han ido encarnándose en la historia, frutos de arduas y gozosas conquistas de la criatura humana en su lucha por poner coto al ejercicio arbitrario y brutal del poder del Estado y someterlo al imperio de la razón y la justicia. La conciencia común de los hombres de nuestro tiempo los expresa en la Declaración Universal de Derechos Humanos y en los numerosos Pactos Internacionales que la complementan.
El preámbulo de esa Declaración, enunciando los principios en que se fundamenta, precisa –entre otras cosas- que “la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”; que “el desconocimiento y menoscabo de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la Humanidad” y que es “esencial que los Derechos Humanos sean protegidos por un régimen de Derecho a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”.
De lo dicho resulta que el poder de cada Estado, por muy soberano que sea, tiene un límite en los derechos de las personas, tal como han sido consagrados en esos documentos; en la medida en que excede de ese limite, su ejercicio es abusivo e ilegítimo.
Así lo entiende, cada vez con mayor certeza, la conciencia moral del hombre común, que considera bueno el respeto y promoción de los Derechos Humanos y que repudia como malo todo lo que los atropella o menoscaba.
A partir de los principios y criterios precedentemente expuestos, es posible encontrar orientaciones o pautas directrices para dilucidar gran parte de los cuestionamientos éticos que surgen con relación al acontecer político.
Tales son, entre otros: el tema de los medios legítimos para conquistar el poder político y para retenerlo; el del populismo y la demagogia como instrumentos para esos fines; el del uso del poder del Estado para acrecentar el poder político personal o partidista; el de la corrupción; el del rol de los medios de comunicación como instrumento de proselitismo, de desprestigio a los adversarios y de tergiversación de la verdad; el del resguardo al honor y dignidad de las personas; y el de la separación o los límites entre la vida pública y privada.
En todas estas situaciones hay comprometidos valores morales, entre otros la verdad, la justicia, la dignidad u honor de las personas y el respeto a los derechos humanos, que por su naturaleza deben prevalecer.
Lastima que en el país nos hemos acostumbrado a interpretar a la política como signo de corrupción, enriquecimiento acelerado como exultado de ganancias comisionista deshonestas. Los valores buenos, principios morales y la ética parece que se han anquilosado, parece que la corrupción es de estirpe en los políticos, donde no importan las buenas conductas, sino el medrar.
Como resultado de las regalías están apareciendo varios nuevos ricos que ocuparon/ocupan posiciones de poder (al parecer) sólo para medrar, porque resultado concretos en beneficio de al sociedad, nada.
Parece que el objetivo/meta es llegar al poder y tejer/formar una red de corrupción con testaferros incluyendo por supuesto a personas consanguíneas de mucha confianza para garantizar un buen botín al final de la gestión, y ante la opinión pública aparecer inmaculado, para volver a candidatear después que pase la tormenta una vez que se hayan olvidado de las denuncias/acusaciones.
Y claro muy al estilo del Presidente Morales, Cossio y Rubén Ardaya salen al frente (a desviar la atención) para acusar a los medios de comunicación de conspirar contra la Prefectura, contra el Departamento ¿por qué no aclaran las denuncias en vez de hacerse las victimas? Hemos caído en un maniqueísmo perverso y la aplicación de la formula estratégica del suma cero, si no estas conmigo, estas contra mi, por lo tanto sos mi enemigo. La misma enfermedad que tiene el Gobierno, padece la Prefectura. Sencillamente están ciegos y con esquizofrenia. (Yacuiba 19/04/08)
(*) Es Comunicador Social y Docente.